«Malditas bolas»

Durante mis años como alumna de secundaria y bachillerato tuve el mismo profesor de matemáticas. El primer día de clase, en 3o de la ESO, se jactó de aprobar la oposición estudiando sólo un tema: el tema que le tocó en el sorteo. Ya pueden ustedes suponer que mi trayectoria no iba a estar encaminada hacia las ciencias puras… Administración 1, Docente por vocación 0.

Y es que nuestro trabajo como profesores está marcado por la suerte. La suerte de que salgan unos números y no otros de una bolsa de supermercado que contiene bolas de bingo de juguete y sin niños de San Ildefonso. ¡Qué cosas!

Hace tres años tuve la oportunidad de presidir un tribunal de oposiciones de mi especialidad. Fue una experiencia dura pero recomendable. Dura en muchos sentidos, por supuesto si se quiere hacer bien, y recomendable porque me abrió nuevas perspectivas para poder desempeñar mejor mi labor docente. En definitiva, aprendí muchísimo.

Esta experiencia me sirvió para reflexionar sobre el proceso selectivo. ¿Quién diseñó el tipo de examen? Tengo curiosidad por saberlo. ¿Cómo es posible que el esfuerzo de al menos dos años de trabajo se vaya por el retrete en 30 segundos? Todos los 22 de diciembre miles de personas ven cómo su décimo de lotería no ha sido premiado. Pero otra vez será, en el Niño seguro que me toca, o en el del Oro, o en la Primitiva. Total, el esfuerzo se reduce a hacer cola durante una mañana en Doña Manolita o darle un clic en la app correspondiente previo pago y a cruzar los dedos. Si me apuras, tengo el sorteo diario.

El proceso selectivo es diferente. El décimo cuesta 54,43€ (la tasa para acceder a las pruebas), y el sorteo es cada dos años. Licenciados, graduados, diplomados, incluso doctores, se dedican a estudiar en cuerpo y alma durante al menos un par de años una lista de temas que aparecen en el BOE del año 1996 y que sólo le indican un título compuesto por un par de enunciados. Nada más. Ve y búscate la vida para escribir durante dos horas y media todo lo que sepas sobre China, sociedad y economía. Y sólo para la primera prueba, no hablemos de supuestos prácticos y mucho menos de la programa…qué? Si no te salen los temas que llevas estudiados, te vuelves a casa de tus padres a que sigan manteniéndote un par de años más. O te vas con tu familia a que te consuelen mientras organizáis vuestro futuro. O te tumbas en el sofá rancio de tu casa de alquiler, de un pueblo perdido de la provincia y empiezas a imaginar dónde estarás el año que viene… Pero todas las circunstancias tienen un denominador común: tienes la sensación de que ibas a la guerra armado hasta los dientes y te han matado antes de salir de la trinchera, en plan, nada que hacer, máxima impotencia. Y un pensamiento común: malditas bolas.

La primera prueba no es más que perversa e injusta. Ni siquiera se hace un sorteo centralizado: 5 bolas para todos los tribunales de la misma comunidad sería lo lógico. ¿Cómo esto no es posible hoy día mediante una videollamada en directo? A nadie se le ocurre pensar que sea justo que un alumno de 2o Bachillerato almeriense tenga un examen distinto de Historia de España que el de su amigo de Huelva, que bastante tenemos ya con 17 EVAUS…Lo más curioso, por no decir ofensivo, es que en la convocatoria reza un “garantizar que el procedimiento selectivo se realice conforme a los principios de igualdad, mérito y capacidad”. ¿De qué igualdad estamos hablando? Lo que en un tribunal te soluciona la vida, en otro te hunde en el pozo y otra vez a empezar. ¿De qué méritos y capacidad estamos hablando si no te dan ni la oportunidad de luchar? Administración 2, Opositor 0.

Esto me lleva a pensar en otros profesionales. Los médicos, por ejemplo, tienen un examen de convocatoria anual, el MIR, compuesto de preguntas tipo test. Muy difícil, por cierto. Y nadie duda del esfuerzo que hacen aquellos que aprueban y más aún con buena nota. Qué maravilla. Voy al médico sabiendo que tiene los conocimientos necesarios para ser competente y hacer bien su trabajo y que, al menos, ha sido seleccionado de entre los mejores. Mientras yo, odiando las matemáticas y sin haber tenido la opción de quererlas: buena suerte para mi profe de mates, mala suerte para mí.

A los que piensen en otro tipo de oposiciones como las del ámbito jurídico, que tienen una cantidad ingente de temas y que consisten en sabérselos todos de memoria y recitarlos, y seguro que están pensando: oye, pues mi primo estudió nosecuantosmil temas durante 7 años y ya es juez, pues que los profesores de Historia se estudien los 72 temas y se dejen de tonterías y probabilidades… a esos les digo en primer lugar, que también me parece perverso ese sistema y, en segundo lugar que nosotros, los docentes, no tenemos que demostrar que sabemos de memoria los conocimientos ya adquiridos durante la carrera. Docente, que por cierto viene del latín, significa ‘enseñar’. Eso es lo que debemos de demostrar, que sabemos enseñar. Y no perder la oportunidad de aprender matemáticas porque no te las enseñen, como en mi caso. Por supuesto, tenemos que saber qué enseñar. Podría ser mediante una primera prueba, que haga una criba a los que saben los contenidos, tipo test. Con muchas preguntas, las suficientes como para dejarnos tranquilos de cara a la sociedad, como en el MIR, de un temario común y público, y con un nivel de profundidad y dificultad que no se quede en un “¿Qué pasó el 14 de julio de 1789?”, o en una típica pregunta de quesito amarillo de Trivial. Primera selección basándose en los principios de igualdad. Después, podría continuar con los supuestos prácticos para los cuales necesitas estudiar también muchos contenidos, además de saber redactar, expresarte, no cometer faltas de ortografía… eso es lo que hacemos en las aulas: interpretar, comentar, explicar, deducir, distinguir, clasificar, hacer entender… en definitiva: enseñar. La última prueba, la dejaría tal cual. La programación me parece lo que más se aproxima a algo coherente en nuestro proceso selectivo. Aunque con los retoques que le haría a la plantilla de corrección tendría para otro artículo… sería una segunda selección basándose en los principios de capacidad. Y finalmente, la fase de concurso, la tercera selección teniendo en cuenta los principios de mérito.

Como preparadora de opositores en una academia desde hace dos años, puedo decir que este proceso no ha sido convenientemente selectivo puesto que no ha llegado a hacer una selección entre los mejores (doy fe con muchos de ellos).

Cientos de aspirantes a docentes, soldados más que preparados, no han tenido la oportunidad de demostrar ni un poquito de todo el esfuerzo que llevan detrás, no han podido ni disparar. A ellos, a mis alumnos y a mi hermana pequeña, dedico este artículo, esta pataleta que caerá en saco roto. No queda otra que encomendarse al estudio, trabajo, esfuerzo, sacrificio y renuncia diarios, y dejar de pensar que “el calvo de navidad” nos solucionará la vida…

Una profesora de Secundaria