La bedela paseaba por el pasillo en cuyas paredes estaban colgadas decenas de orlas de sucesivas promociones de jóvenes que formaron parte de aquel centro durante distintas épocas. Amante del cine y de la literatura, recordaba la escena de aquella película en la cual el profesor Keating invitaba a unos alumnos a escuchar el susurro de las antiguas generaciones. Reflexionaba sobre el paso del tiempo (“Carpe diem”) y los cambios habidos en la enseñanza.
Rememoraba sus inicios como conserje en un colegio de pueblo en los años ochenta. Ella habría querido ser maestra, de hecho estudió Magisterio, pero la vida y las circunstancias la condujeron a educar de otra manera. Rodeada de niños y niñas, como siempre quiso, ayudaba desde su puesto a los docentes que desarrollaban su ardua labor con ilusión y entrega, pese a la falta de recursos y los humildes sueldos. Aquello era enseñanza en estado puro, mañana y tarde. Se trabajaba con creatividad debido a la escasez, el aprendizaje era vivencial por la mera subsistencia y padres y alumnado apreciaban la labor docente y apoyaban sin remilgos cualquier decisión, pues entendían que era por el bien de sus hijos. Aquellos docentes luchaban contra la ignorancia en medio de la carestía más absoluta.
A finales de los noventa, le dieron traslado a un instituto en otro pueblo, una vetusta escuela de adultos con varias aulas prefabricadas y falta de instalaciones y recursos de todo tipo. Hubo profundos cambios, vivió la construcción e inauguración de un nuevo centro del Plan Aula 2000. Tras observar la nueva realidad educativa, producto del cambio legislativo, no alcanzaba a comprender por qué niños de 7º y 8º de EGB, aún inmaduros física y psíquicamente, deambulaban por 1º y 2º de ESO jugando a ser mayores y sin encontrar su sitio. De hecho, todavía hoy sucedía lo mismo. Ya entonces se planteaba humildemente un par de preguntas relacionadas con el panorama actual: con los colegios cada vez más vacíos, ¿nadie pensó que el alumnado de esos dos cursos hoy aún llenaría esos centros de primaria? Con la incultura reinante, ¿para qué servía el invento de promocionar por imperativo legal, para maquillar el fracaso escolar? ¿No sería mayor fracaso obtener un título regalado por no saber nada ni saber hacer nada? En fin, bastante tenía ella con lidiar con la informática y con las nuevas fotocopiadoras tan modernas, como para pensar en problemas ajenos.
A principios de la segunda década del siglo XXI, se trasladó a un macrocentro de la capital: ESO, Bachillerato, Formación Profesional y nueva ley educativa. Un nuevo reto, con viejos y modernos problemas. Ella observaba y callaba. Clases saturadas o clases semivacías, impotencia del profesorado ante las faltas de respeto y falta de reconocimiento de su autoridad, excesiva burocratización, disminución de recursos por restricciones presupuestarias, empoderamiento antidemocrático de las directivas, plenipotenciarias frente a claustros o consejos escolares, así como un sinfín de planazos, proyectitos y programuchos que infantilizaban la enseñanza, alejándola del conocimiento. Años de gamificación metodológica, abuso en el uso de pantallas, expansión de las incompetencias e implantación de Séneca. Años de docencia virtual para alumnado virtual pero con necesidades y problemas analógicos. La todopoderosa digitalización (deshumanizadora y reduccionista) coadyuvó al descrédito de la memorización y al desprestigio del esfuerzo, del trabajo serio y constante. Y, pese a todo, grandes profesionales docentes formándose y formando con ilusión a las futuras generaciones retratadas en las orlas, que ella observaba con ojos de madre orgullosa de sus hijos e hijas.
La bedela, cerca de su jubilación, estaba un poco cansada de que en la sociedad imperasen la indiferencia y la estupidez, harta del egocentrismo de docentes que buscaban no tanto el bien común como el lucimiento personal, con el postureo en las redes sociales. Respetada y querida por toda la comunidad educativa soñaba con disfrutar de sus nietos y cuidar sus plantas, como había cuidado a la gente, con mimo y cariño, con paciencia, dedicación y mucha Educación.
Ignacio José García García