Disensión (Crónicas Docentes I)

El veterano profesor, tras casi cuarenta años de docencia, contemplaba apesadumbrado la desolada sala del profesorado, al cincuenta por ciento de su aforo y vacía de las discusiones y reivindicaciones de antaño, pensando que ahora todo el mundo acata y asume. Añoraba la enseñanza y la educación de sus años mozos, cuando la EGB, BUP y COU (años de LOECE y LODE, ya hubo protestas), con sus aulas atestadas de alumnado expectante y respetuoso. Recordaba sus explicaciones en silencio, las ordenadas preguntas e interesantes debates (sobre la vida y otras cuestiones) de los que aprendían unos y otros. Aún era “Don” y miles de antiguos alumnos y alumnas le reconocían y saludaban por la calle, recordándole anécdotas, agradecidos por lo que les enseñó y sobre todo por lo que aprendieron de su ejemplar labor.

El maduro profesor, tras casi veinticinco años de docencia, corregía pensativamente en la desamparada sala del profesorado, semivacía de docentes y llena de papeles y sueños rotos. No añoraba la enseñanza ni la educación de sus inicios, cuando empezó la ESO y el Bachillerato (años de LOGSE y LOCE, ya hubo protestas), con sus aulas aún atestadas de alumnado alborotador e irrespetuoso. Recordaba sus explicaciones a voz en grito, las continuas interrupciones y las infructuosas preguntas (sobre tonterías y otros dislates), de las que algunos aprendían algo. Era tuteado, pero respetado, y cientos de alumnos y alumnas le reconocían y saludaban por la calle, recordando sus regañinas y consejos, pero quejándose con cierta amargura de que no les advirtiese lo suficiente de lo dura que es la vida ni les insistiese de la importancia de la formación y los estudios.

El joven profesor, tras casi dos semanas de docencia, recién salido de una bolsa y sin conocer los secretos de Séneca, tras un carísimo máster de formación del profesorado (años de LOE y LOMCE, ya hubo protestas), escuchaba música en sus cascos, mientras chateaba con el móvil – adicto a las nuevas tecnologías, que lo aislaban del mundo- y preparaba una clase virtual – adepto a las nuevas metodologías. Creyendo en el poder del proceso de enseñanza-aprendizaje, recorrió animoso e ilusionado los pasillos bulliciosos hasta llegar a la desordenada aula. Entre un ruido ensordecedor de adolescentes desafiantes en la puerta o absortos en una pantalla, ordenó que se sentasen en sus sillas, mientras encendía el ordenador y configuraba la pizarra digital, para nunca explicar nada por ser incapaz de controlar el griterío y perdiendo la clase en reprender, discutir y expulsar a varios presuntos alumnos con la ayuda del profesorado de guardia y el orientador, entre insultos y amenazas. 

Tras seis horas de clase más guardia de recreo, coincidieron los tres en la terraza de un bar. Ya sin mascarilla, charlaron animadamente sobre la pandemia y la nueva ley educativa; sobre las nuevas tecnologías – y su impacto-; sobre las nuevas pedagogías – que convierten los centros en laboratorios de pruebas-; sobre los miles de pretenciosos planes, rimbombantes proyectos y programas estériles; sobre la asfixiante burocracia y politización de la enseñanza; sobre la entronización de las directivas y la pérdida de capacidad de decisión de los claustros; sobre las desigualdades entre centros públicos y no tan públicos. Coincidieron en algunos temas, discreparon en la mayoría. Unos, cuales Sancho Panza y Sancho “el Fuerte”, conscientes de la cruda realidad, aconsejaron desde la experiencia y el saber; el otro, quijotesco, idealista aún, defendió causas justas, sin tomar en cuenta las consideraciones prácticas. Tras el café, cada uno se colocó de nuevo su máscara y sus caminos volvieron a divergir, bifurcándose eternamente en senderos como en el jardín borgiano.

Ignacio José García García